Seguimos citando páginas del fundamental estudio de Harold Laski “Reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”, 3° edición, Buenos Aires, Editorial Abril, agosto de 1946 (traducción de José Otero Espassandín). (Escrito durante la guerra y publicado en 1944)
Página 85:
“Y fue (la URSS), como líder de las fuerzas antifascistas, el Estado que ayudó, si bien con cierta economía, el gobierno republicano de España”
(Por supuesto que es forzoso comparar esta “cierta economía” con la nula política de no intervención de dos grandes democracias europeas: Gran Bretaña y Francia, las cuales a pocos meses más de terminada la guerra civil española iban a sufrir los bombardeos y las peores derrotas militares de su historia)
“Fue la necesidad de protección contra el fascismo la que llevó también a la Internacional Comunista a imponer la política del “Frente Popular” a los partidos comunistas de todas partes y atacar la propensión histórica de los socialistas al pacifismo; todo el mundo recuerda con que urgencia el embajador soviético en Londres “cabildeaba” en los pasillos del Congreso con el partido laborista para que votase un programa de incremento de los armamentos después de 1936”
“El propósito de esta política fue unir a toda la opinión progresista contra todo aumento del poder fascista que amenazaba la seguridad de la Unión Soviética. No hay razón alguna para poner en duda la sinceridad de este cambio de punto de vista. El interés principal de la Unión soviética era la paz y si ello era factible, una Sociedad de Naciones fuerte y unida parecía ofrecer la mayor perspectiva de paz. Pero ciertamente Gran Bretaña, y durante la mayor parte de ese período Francia también, prefirieron en lo posible apaciguar a Hitler a la eventualidad de desafiarlo, especialmente porque tal desafío bien podía implicar una revolución social al menos en el centro y el sureste de Europa”
(En este punto causa sorpresa esta postura de Laski por la similitud con lo escrito por Sartre en sus “Cuadernos de guerra” sobre una posible “revolución”: Sartre, “Cuadernos de guerra, noviembre 1939-marzo 1940, 1° edición, Barcelona, Edhasa, 1987, página 371: “Fue la burguesía la que impidió la guerra en el año 38 y decidió capitular en Munich, por miedo más a la victoria que a la derrota. Temía que la guerra resultara beneficiosa al comunismo. En septiembre del 39, por el contrario, la guerra recibe el beneplácito de la burguesía porque el tratado germano-ruso ha desacreditado al comunismo, y porque ahora está claro que esta guerra, librada directa o indirectamente contra los soviéticos, irá necesariamente acompañada por una operación de política interior. El partido comunista será disuelto. Lo que no han podido hacer diez años de política, la guerra lo conseguirá en un mes. Esta es, a mi juicio, la razón principal de la adhesión de la burguesía a la guerra. Bajo su aspecto de guerra nacional, se trata en gran medida de una guerra civil. Mientras que muchos de nosotros luchamos contra la ideología hitleriana, se liquida bajo mano todo lo que queda de la ideología comunista. La guerra en 1938 podría ser ocasión para una revolución. En 1940 es ocasión para una contrarevolución. La del 38 habría sido una guerra “de izquierdas”, la del 39 es, en cambio, una guerra “de derechas”. Hitler ha tenido la torpeza de no ver que en el 38 las democracias capitalistas se defendían en dos frentes: a la vez que las ambiciones nazis las amenazaban en su imperialismo, la acción comunista las amenazaba en su constitución íntima. No querían la guerra para no tener que defenderse en dos frentes a la vez. Al formar un frente único con Stalin, Hitler les proporciona un alivio permitiéndoles expulsar al comunismo, considerado en adelante como un peligro exterior. Y seguramente contaba con mantener ambos frentes, contaba con la disgregación del “Frente moral”. Pero ¿cómo no tuvo en cuenta la rápida represión que los gobiernos burgueses iban a estar contentísimos de aplicar?” (Esto sería: limpieza interna contra el comunismo, planes de atacar a la URSS en el Cáucaso y en Finlandia con ocasión de la defensa de este país contra la invasión rusa)
“Hasta después de marzo de 1939 no vieron claro Francia e Inglaterra que no había otro modo de conformar a Hitler que el de aceptar su dominación y fue a partir de entonces (página 86) cuando dichos países mostraron deseos de una alianza con la Unión Soviética y es posible que, incluso hasta el verano de 1939 (abril a junio) si Hitler hubiera manifestado deseo de conquistar a la Unión soviética, Inglaterra y Francia no hubieran tenido nada que objetar.
Capítulo “La revolución rusa” página 100: “Actualmente Stalin y sus asociados…pueden decir que la adopción de los principios clásicos de la democracia proporciona a los enemigos de la Unión Soviética, como proporcionó a los enemigos de la República de Weimar, exactamente las ocasiones y los métodos que tan ansiosamente esperan. Pueden insistir en que todo régimen en peligro se ha visto obligado a asumir vastas medidas de protección contra el abuso. Si este es el caso en una democracia política en que, como en Gran Bretaña, el sistema parlamentario no ha sido amenazado durante más de dos siglos y medio, no es sorprendente que un régimen que está intentando crear algo así como un nuevo método de vida civilizada, se sienta inseguro cuando aún no ha pasado una generación de experiencias, en las cuales han dejado sus huellas las guerras con el exterior y las guerras civiles”
“Estos argumentos son contundentes, a mi modo de pensar, por dondequiera que se les mire. Resultaría inútil no recordar que, aparte de la clase trabajadora, hubo muy pocos que no hayan mostrado con relación a la Revolución Rusa un odio todavía más vitriólico que el que nuestros antepasados mostraron hacia la Revolución Francesa. Es también inútil olvidar que en los años críticos de 1933 a 1939 los estadistas de las democracias europeas agotaron todo su ingenio para eludir las proposiciones de alianza de la Unión soviética y que incluso en las vísperas mismas de la guerra, el embajador británico (Neville Henderson) en Berlín no pudo ver razón alguna en contra de una alianza anglogermana con tal que el problema polaco pudiese ser resuelto pacíficamente. (Lo resaltado es nuestro) Es también muy claro y de inmensa importancia tener en cuenta que en el mismo momento en que Stalin cometió el grave error de atacar a Finlandia, había círculos muy amplios de opinión que propugnaban un arreglo con Alemania a fin de emprender el proceso psicológico, más satisfactorio, previo a un ataque conjunto a la Unión Soviética en nombre de la civilización “cristiana”
Página 101: “Debemos recordar constantemente, en resumen, que en la medida que la Unión Soviética realiza con éxito su experimento, amenaza con ello la total estructura social y económica del orden capitalista actual. La ansiedad que produce este derrumbe y el temor de que el sistema soviético tenga éxito, figuran entre las influencias más considerables del pensamiento social de nuestro tiempo: los economistas han encontrado oyentes para sus argumentos de que dicho ensayo estaba condenado a derrumbarse por razones a priori, sin preocuparse ni siquiera de examinar aquello que había conseguido”
“Lo que pueda haber de feo y cruel en la Revolución Rusa, con ser mucho, así como sus desatinos, no deben cegarnos hasta el punto de no ver que, con todo, es el hecho histórico más colosal desde la Reforma, porque coincide, al igual que ésta, con una época de crisis total de la civilización”
Página 187, otras importantes consideraciones que hacen a las situaciones previas al pacto de no agresión Alemania-URSS: del capítulo “Las democracias acorraladas, parte II”:
“La guerra trajo aparejada una renovación de lo que pudiera llamarse la retórica de la idea democrática; todavía no ha demostrado la capacidad de asegurar su subsistencia. Renovó su retórica por la simple razón de que, cualquiera que sea el mundo que pueda configurar una victoria fascista, sus rasgos fundamentales constituyen un reto a los privilegios de aquellos que gobernaron las democracias. En grandes líneas la solución propuesta por los líderes fascistas fue transferir a sus propios países aquellas fuentes de riqueza mediante cuyo control pudieron los gobernantes de las democracias mantener sus delicadas relaciones con el capitalismo. Privados de ellas, tendrían que hacer frente a un futuro desolado, en el cual sus perspectivas no tendrían otra base que la caridad que sus conquistadores pudieran ofrecerles. Perderían su independencia económica y resulta claro por lo sucedido con los judíos, con Austria, Checoeslovaquia, etc., que los fascistas no respetan los derechos de la tradición ni los de la propiedad. Perderían al mismo tiempo su independencia nacional y con ella su propia cultura y modos de vida, porque los líderes fascistas no comprendieron nada mejor que el hecho de que la independencia nacional es, por sus inherentes implicaciones, una constante amenaza a su victoria.
Hasta la caída de Francia, es justo, a mi juicio, suponer que la noción de lo que el fascismo supone era más profunda y estaba más extendida entre las masas de los países demócratas que entre sus líderes. Estos pagaron el tributo del elogio a la democracia que las circunstancias requerían de un modo puramente formulario, necesitaban exaltar el sistema en nombre del cual se hacía la guerra. Necesitaban la asistencia de las masas, no sólo para que luchasen en el frente de batalla, sino también y casi más para que fabricasen las armas necesarias para la lucha. Se vieron así obligados a hacer hincapié en su aceptación del ideal democrático”
Página 188: “Pero también es claro que durante este primer año de conflicto no había en sus mentes una clara noción del abismo que media entre fascismo y democracia, ni estaban dispuestos a despertar la dinámica democrática como una fe de lucha para oponerse al impulso del asalto de sus enemigos. Esto se deduce claramente, a mi modo de ver, de tres cosas. Primero de su resistencia a renunciar a la posibilidad de que, de algún modo, pudiera llegarse a una paz de compromiso. Luego, de su deseo de establecer distingos entre el fascismo italiano y el fascismo alemán. Y en fin, de la misma manera de hacer la guerra” (Todo este panorama enmarcado por la inacción de armas en tierra durante la drole de guerre)
“No se buscó tomar la ofensiva; se dejó a los adversarios la iniciativa del ataque. No se intentó despertar el entusiasmo de las masas por la democracia, esto se vio claramente en el modo de tratar Chamberlain a las trade-union y en la manera de abordar el problema crucial de la India. Todavía quedó rezagada la política de “apaciguamiento” en la íntima armazón de los métodos a que se aferraron –apaciguamiento de España, apaciguamiento de Italia, apaciguamiento del Japón”
(¿“Apaciguamiento del Japón”?: no es el justo término para aplicar a la política de EEUU pero si es importante destacar las numerosas ofensas y ataques directos de Japón en China contra intereses comerciales y personas de gobiernos anglosajones, asesinatos de misioneros, ataque al Panay de bandera norteamericana, los cuales debieron ser manejados pacientemente con la diplomacia por el gobierno de EEUU. Consultar las memorias del embajador de EEUU , Joseph Grew : «Diez años en el Japón»)
“No resulta injusto declarar que hasta Dunkerque las democracia habían estado indudablemente librando la guerra, pero todavía no se habían hecho las mentes de sus líderes al carácter de la lucha que se ventilaba. Estaban de acuerdo en que Hitler era un hombre perverso, que debía ser derrotado; pero por muy impacientes que pudieran sentirse por vencerle, no deseaban alterar el equilibrio social y económico que la guerra había perturbado. Estaban aterrados ante el pensamiento de que el comunismo pudiera ser el beneficiario de su agotamiento y todavía veían en el sistema encarnado por Hitler solamente una perniciosa exageración de una disciplina que muchos de ellos estaban dispuestos a aceptar”
Página 300, Capítulo “El aspecto internacional”: “Paz y justicia, son las palabras claves de su (de Hitler) política – dijo Sir Thomas Moore, el diputado conservador por Ayr Burghs. El difunto Sir Arnold Wilson, diputado conservador por Hitchin, pudo darse a sí mismo la satisfacción, no sólo de que no había ”militarismo” en la Alemania nazi, sino de tampoco había allí gran poderío con el cual fuese probable que Inglaterra se viera envuelta en una guerra”
“La barbarie de la Alemania nazi fue exhibida plenamente en el trato dado a sus opositores alemanes entre 1933 y 1939; después de la declaración de guerra el barbarismo se extendió a los opositores del exterior. Pocos hombres de estado de primera categoría –Churchill, el presidente Roosevelt y Stalin son honrosas excepciones- se dieron cuenta de que era barbarie hasta el estallido de la guerra….muchos de los patrocinadores de la amistad entre Inglaterra y la Alemania nazi estaban dispuestos a denunciar a Churchill como un warmonger (“traficante de la guerra”) cuando llamó la atención sobre las palmarias implicaciones de la política de Hitler. Y las mismas personas que sentían entusiasmo por la amistad de la Alemania nazi –en cuyo salvajismo no veían obstáculo para una alianza- fueron implacables en sus denuncias de las inenarrables atrocidades del régimen soviético, que no vacilaron en atribuir, hasta el 22 de junio de 1941 (invasión alemana de Rusia) al carácter incivil de la naturaleza humana rusa”
Página 320: “Preocupación principal de los pueblos en todo el mundo durante el período interbélico era la obtención de una paz duradera; sin embargo nada se recuerda más descorazonador que el fracaso de sus dirigentes en lograrlo. Se celebraron conferencias de desarme en 1921, 1927, 1930 y 1932, pero más bien pusieron de manifiesto el grado en que las contradicciones del capitalismo en su fase imperialista demandan la guerra como una expresión de sus implicaciones, que ninguna posibilidad seria de acuerdo. Después de la subida de Hitler al poder y especialmente después de su remilitarización del Rin en 1936, no se pudo hablar de desarme en Europa, mientras la captura del Manchukuo por los japoneses en 1932 era claro indicio de conflicto en el Pacífico. En resumen, durante diez años con anterioridad al estallido de la segunda guerra mundial en 1939, lo único que cabía preguntarse era la forma que tomaría y las fuerzas que estarían juntas, en el Este y el Oeste, contra los estados que se estaban preparando para la agresión.
Llegado el momento, se hizo claro que no era posible una garantía común contra la agresión –lo que se denominaba política de seguridad colectiva. Ningún estado, si se exceptúa la Unión Soviética, estaba dispuesto a correr el riesgo implícito en el acuerdo, firmado antes de que el agresor atacase, de oponer la fuerza a la fuerza, cada estado esperaba vagamente que por algún juego de la fortuna podría sustraerse a los efectos de la colisión . (Lo resaltado es nuestro)
La consecuencia fue doble. En primer lugar, el agresor tuvo varios años de ventaja de rearme sobre los estados que ansiaban conservar la paz; en segundo, no existió ningún plan de acción común contra el agresor. Sin duda es cierto consignar que incluso tan tarde como el otoño de 1942, no existía un plan común, en el sentido estricto de la palabra, entre los principales miembros de las Naciones Unidas”
Página 389 del Capítulo “La amenaza de contra revolución”: “A partir de 1931, y en particular a partir de 1933, el esfuerzo principal de los Presidentes de Consejo (¿Premieres?) pareció estar dedicado a la tarea de ocultar a la opinión pública la gravedad de la situación, ninguna otra razón puede explicar adecuadamente los “labios sellados” de Baldwin o la indiferencia de Chamberlain ante la trágica suerte de Checoeslovaquia. Pero después de Munich (Pacto de Munich 30-9-38) no fue ya posible ocultar, ni siquiera a los que deseaban ser ciegos, que nos hallábamos frente a una crisis de nuestra civilización. (Lo resaltado es nuestro)
A partir de entonces resultó clara la tradicional capacidad del pueblo inglés para mirar el peligro cara a cara. Y cuanto más desesperada resultaba la situación, tras el actual estallido de la guerra, mayor era la ansiedad de las masas por comprender la crisis en que nos hallábamos. No creo que desde el siglo XVII haya habido en Inglaterra una más profunda ansiedad por explorar las mismas raíces de sus problemas, una mejor disposición para realizar experimentos en una escala pareja a la intensidad de dichos problemas”
Página 390: “Hago estas inferencias a base de cierto número de hechos palmarios. Ello resulta claro de la bienvenida dispensada a Churchill cuando reemplazó a Chamberlain como Primer Ministro; a ningún dirigente de nuestro pueblo se le otorgó una confianza más profunda ni un poder más amplio. Resulta claro también del entusiasmo con que fue aplaudido el anuncio hecho por Attle, al tiempo que caía Francia, de que el gobierno se había arrogado atribuciones para disponer de personas y bienes en beneficio de la comunidad. En aquel momento un gobierno con imaginación no habría encontrado sacrificio de los intereses creados para el no obtuviese plena aprobación. En tercer lugar, resulta claro de la unanimidad de la demanda de un mundo de posguerra libre de cortapisas, y del ferviente aplauso para los esfuerzos de Roosevelt y el vicepresidente Wallace para hallar una salida a lo que el último llamó “el siglo del hombre común”, o sea a unas condiciones en que el hombre corriente tenga sus ocasiones de triunfo»
» En cuarto lugar, resulta claro de la amplitud del interés popular por el experimento ruso; la brecha en el cordon sanitaire que, desde 1917, los intereses creados habían tendido a sus ideas, fue a la vez decisiva y final. En quinto lugar, resulta claro de la casi universal demanda de que, cuando esta guerra termine, tengamos preparado el terreno para una reconstrucción educativa en masa. Y creo a mi vez, finalmente, que estas conclusiones pueden inferirse de la impotencia de los fabricantes de odio en esta guerra, tan distinta de la de 1914-1918, para infectar a las masas con su veneno. La opinión inglesa ha aprendido que esta crisis era demasiado seria para aquellas fantásticas teorías que pretenden, con o sin la panoplia de la erudición, hacer una acusación contra todo un pueblo y pocas cosas en la historia inglesa es probable que le valgan mayor honor que el hecho de que haya sido la opinión pública la que, en 1940, obligó al gobierno a revisar su política de internamiento de todos los extranjeros de nacionalidad enemiga”
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