En 1932 Thomas Mann pronunció un discurso con motivo del centenario de la muerte de Goethe: “Cervantes, Goethe, Freud”, Buenos Aires, Editorial Losada, marzo de 2004, página 124 y l25:

 “(Goethe) profesó un imperialismo desinteresado, propio de un espíritu superior, que consideraba la libertad como un factor de grandeza y cuyo apostolado sobre la literatura universal tiene sus raíces en esa misma calidad mental. De este modo, lo burgués se incorpora a través del utopismo técnico racional al patrimonio universal, transformándose, si se quiere dar a la palabra un significado general y no dogmático, en lo comunista… El burgués está perdido y no logrará establecer contacto con el nuevo mundo que comienza si no se siente capaz de sustraerse a las inclinaciones asesinas y a las ideologías antinaturales  que le dominan y declarar, en cambio valientemente su fe en el porvenir. (Escrito en 1932….)

 El nuevo mundo, el mundo social, el mundo organizado y estructurado, en el cual la humanidad se verá libre de penas infrahumanas innecesarias y contrarias a la razón: ese mundo vendrá y será la obra de esa gran sobriedad que ya profesan como una fe todos los espíritus aptos, hostiles a una sensibilidad corrompida y sórdida, propia de pequeñoburgueses. Vendrá porque tiene que existir, o, en el peor caso, porque se producirá a raíz de una revolución violenta un orden exterior y nacional conforme al grado de madurez alcanzado por el espíritu humano, que permitirá recobrar el derecho a la vida y la tranquilidad de la conciencia. Los hijos preclaros de la burguesía, que fundándose en ella se desarrollaron en un sentido espiritual y superburgués, son testigos de que lo burgués encierra posibilidades infinitas, posibilidades de ilimitada auto liberación y auto superación. Nuestra época acude a la burguesía para que tenga conciencia: de esas posibilidades que le son ingénitas y se resuelva a utilizarlas espiritual y moralmente. El derecho al poder depende de la misión histórica de que uno se siente y se puede sentir portador; quien lo niegue y no esté a la altura de esa misión tendrá que desaparecer o renunciar a favor de otro modelo humano libre de prejuicios, compromisos y cadenas sentimentales que, a menudo, incapacitan a la burguesía europea para orientar al Estado y a la economía hacia un mundo nuevo. Es indudable que el crédito que la historia concede, todavía, hoy es cada vez a más corto plazo y se basa en la fe no extinguida aún de que la democracia es capaz de aquello de que se dicen ser capaces sus enemigos empecinados en alcanzar el poder, esto es, de asumir esa orientación hacia lo nuevo y lo venidero. No con enorgullecerse de sus hijos ilustres se hace la burguesía  digna de ellos. El más grande de todos, Goethe, ya lo advierte:

                Huid de las cosas fenecidas.

               Amemos lo que vive»

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