Y referente al miedo que provocaban en esa época los cambios económicos y sociales, Laski, página 35:”En tal situación lo que se proponga despierta iras, aun cuando, como ocurre con la legislación social del presidente Roosevelt, no contenga tinte alguno de radicalismo, y ello porque, en cualquier estado de ánimo dominado por el miedo, cada innovación parece un portento. Este es el lado delgado de la cuña y es necesario recordar lo que está detrás. La moderación aparente oculta propósitos más oscuros, que si la propuesta prospera, pronto verán la luz del día. Es necesario actuar ahora, se dice, no sea que mañana sea demasiado tarde. En esta atmósfera, el miedo es el permanente consejero de los que tienen en sus manos las llaves del poder. Este miedo puede ponerse de manifiesto, menos en el positivo sentido de la hostilidad activa, que en el sentido negativo de una espera inerte de los sucesos. Tal fue por ejemplo la actitud dominante en los EEUU de 1920 a 1932, y en Inglaterra durante el período que fue primer ministro Baldwin… Ni el presidente Coolidge ni Hoover hicieron planes en la época de la prosperidad para evitar la depresión económica que se padecía (“¿predecía?”) con insistencia; prefirieron escuchar la voz de las sirenas que les aseguraban, según las palabras de Mr. Hoover que en marzo de 1929 América “había resuelto el problema de la pobreza”.

En su muy bien documentada obra, testigo y actor de aquellas décadas, prosigue Sherwood, página 94:”Los críticos de tal sistema, al enfrentarse con los imponentes triunfos electorales de Roosevelt, han querido justificarse afirmando que las masas del pueblo norteamericano son haraganas, desmañadas… y capaces de agruparse en torno de cualquier demagogo que les ofrezca… La caricatura corriente en la Prensa conservadora tendía a mostrar al hombre protegido por la WPA (Work Projects Administration en mayo de 1935, antes Work Progress Administration) como un incorregible vagabundo apoyado en una azada y al joven-o a la joven-que recibía ayuda de la Administración Juvenil Nacional, como un cínico rojo y al labrador que gozaba los beneficios de los Asentamientos Rurales como un despreciable perezoso. Pero más de 20 millones de ciudadanos norteamericanos hubieron de depender directa y simultáneamente del Socorro Federal y muchísimos más-contratistas, almacenistas, fabricantes, tenderos, propietarios- dependieron indirectamente de los mismos organismos. De suerte que los antagonistas de Roosevelt ofendían gravísimamente a grandes partes del pueblo norteamericano y contribuían a identificar al Presidente con la dignidad de ese mismo pueblo. A la larga ello vino a redundar en beneficio de nuestra seguridad nacional, porque, cuando llegó la guerra, el extraordinario prestigio y popularidad de Franklin D. Roosevelt constituyeron el arma más poderosa de todo nuestro arsenal”

Imagen:www.gwu.edu/erpapers/teachinger/hopkins-harry

No hay ninguna evidencia de que Harry Hopkins tuviese idea alguna-y con toda certeza no la tenía antes de la crisis de Munich, en septiembre de 1938- de que estuviese contribuyendo a preparar las condiciones que debían disponer al país para sostener una guerra. Sin embargo, a pesar de la prohibición de realizar actividades militares-prohibición inserta en las enmiendas a la Ley de Obras y Socorros-, la WPA ejecutó muchas construcciones-aeropuertos, carreteras, puentes, etc.- que poseían una deliberada importancia estratégica”

Referente a los proyectos de ingeniería durante el New Deal, Hopkins y su personal no tenían los conocimientos técnicos adecuados por lo que el coronel de la reserva Lawrence Westbrook, directivo de la WPA, aconsejó a Hopkins que pidiera el concurso del cuerpo de ingenieros del Ejército; Roosevelt dio su aprobación y el Ministerio de Guerra accedió a facilitar los servicios del coronel Francis Harrington quien permaneció con la WPA hasta su fallecimiento en 1940 y realizó allí tareas verdaderamente memorables. Westbrook al respecto ha escrito: “Durante los dos primeros meses posteriores al nombramiento de Harrington, Hopkins no le vio apenas. Ni siquiera le invitaba a las reuniones de importancia real. No obstante, Harrington se aplicaba a su trabajo con gran celo, lo que iba rindiendo resultados. Yo aprovechaba todas las oportunidades de poner a Hopkins en contacto con Harrington, y al fin el primero comenzó a reconocer el gran mérito y capacidad del segundo… Seis meses después de que Harrington ocupase su empleo, disponía de ingenieros del ejército en todas las regiones y había destinados muchos a la ejecución de importantes proyectos específicos… No hay duda alguna de que la experiencia adquirida por los oficiales de ingenieros en la WPA los capacitó para la sobresaliente parte que muchos de ellos desempeñaron en la segunda guerra mundial. Además el trato de Hopkins con aquellos oficiales le proporcionó un conocimiento del ejército que antes no poseía, ni hubiera, si no, poseído y creo que esto preparó el camino para la ulterior colaboración que tan eficaz resultó durante la guerra mundial número dos”.

Página 95: “Cuando el general George C. Marshall fue designado subjefe de Estado Mayor en 1938, realizó un detenido estudio del Programa de Socorros y Obras en cuanto había afectado al ejército. Pudo entonces descubrir que entre la PWA y WPA se habían invertido 250 millones de dólares en proyectos del departamento de Guerra. La cifra puede ahora juzgarse minúscula, pero entonces se consideró enorme. (No distaba mucho, en efecto, del término medio gastado por el departamento de Guerra durante los quince años anteriores, lo que indica la terrible justicia de la aserción de que, en tiempos de paz, los norteamericanos “tratamos a nuestro ejército como a un perro sarnoso”). Viendo las oportunidades que aquel conveniente programa había ofrecido-y de las que se convenció más hablando con los oficiales que habían dependido de la WPA-el general Marshall deploró la extensión en que el departamento de Guerra había desaprovechado aquellas oportunidades que el organismo nunca utilizó en su plenitud. Pero parece que algunos viejos generales habían temido las críticas en que podían incurrir en el Congreso si se relacionaban demasiado y tenían excesivos tratos con tipos vulgares y de formación radical, como Hopkins. Por su parte, Marshall no albergó jamás escrúpulos parecidos. Entre los oficiales del ejército que ingresaron en la WPA figuraba Brehon B. Somervell, que fue comandante general de las Fuerzas Auxiliares del Ejército en la segunda guerra mundial, y muchos otros a quienes Marshall recomendó para el ascenso. En su número del 16 de mayo de 1942, el “Army and Navy Register” decía: “En los años 1935 a 1939, cuando las consignaciones para las fuerzas armadas eran tan parvas, los trabajadores de la WPA fueron quienes salvaron muchas bases del ejército y la armada de un anticuamiento literal”. Pero, con respecto a nuestra seguridad nacional, más importantes que la obras de importancia estratégica construidas por la WPA bajo la dirección de los ingenieros militares, fueron las cosas que se salvaron del “anticuamiento” en el alma de los propios trabajadores, incluyendo su dignidad, su fundamental patriotismo, y sobre todo, su pericia”.

Imagen R.Sherwood: www.britannica.com/biography/Robert-E-Sherwood