Volviendo a “Increíble victoria “, de Walter Lord, pag.64:
“…El 1° de junio, el alférez George Fraser, el polifacético y joven oficial de comunicaciones a las órdenes de Logan Ramsey, se vio enfrentado a una nueva especie de problema. Llegó la noticia de que un maravilloso avión de la Marina, el “TBF “, iba a ser añadido a las defensas de Midway. Llegarían seis aquél día y, como nadie esperaría ver un avión del aspecto de aquéllos, debía prevenir a las baterías antiaéreas para que no los derribaran.
“¿Qué es un “TBF”?- fue la primera pregunta que se le hizo.
No había siluetas, libros de consulta ni observadores adiestrados. Lo mejor que Fraser podía hacer era tomar como base el conocido caza “F4F “. El nuevo avión parecía, explicó, “un F4F en estado de embarazo “. Fue transmitido el aviso y, cuando aparecieron los seis “TBF “, ni un solo dedo apretó el gatillo.
Aquellos hombres habían recorrido un largo camino para estar allí. Pertenecían al 8° escuadrón de torpederos del Hornet y habían estado en Norfolk probando aquellos nuevos aviones para el portaaviones. Estaban todavía en ello el 8 de mayo cuando recibieron la orden de ir a Pearl. Había diecinueve aviones en total en el destacamento y, conducidos por el oficial ejecutivo del 8° de torpederos, volaron a California, desde donde fueron trasladados en ferry a Hawai. Llegaron el 29 de mayo, un día después de haber zarpado el Hornet.
Se hizo entonces una petición de voluntarios para llevar seis de los aviones a Midway. No hubo en esto problema, aunque los hombres no tenían la menor idea de por qué iban. Emprendieron la marcha el día 1° (junio), contentos de hallarse bajo las órdenes del teniente Langdon K. Fieberling, un atractivo y elegante piloto de cabellos prematuramente grises que era el ídolo de todos los aviadores jóvenes. Ninguno de había batido nunca en combate; el alférez A.K. Earnest ni siquiera había volado nunca sobre el mar.
A su llegada, Fieberling se presentó al teniente coronel Ira E. Kimes, que mandaba el grupo aéreo de la Marina. Luego, volvió a su unidad para explicar la sombría situación, añadiendo un detalle más: imposible esperar ninguna ayuda de los portaaviones americanos; su misión era tratar de salvar a Hawai.
Pero nada podía enfriar el ardor de aquellos jóvenes. Se entretenían haciendo imaginarios cañones de ala para sus “TBF “. Habiendo observado que los aviones provistos de auténticos cañones en las alas llevaban cinta adhesiva en los agujeros para impedir la entrada de polvo, hicieron lo mismo en sus alas. Luego, dibujaron “agujeros” en la cinta, por donde habían disparado los “ cañones “.
A unas 350 millas al Sudoeste, volvieron a producirse disparos reales. A las 9 y 40 de la mañana, un gran bombardero (japonés) de patrulla con base en Wake atacó al “PBY “del alférez J.J.Lyons y, cincuenta minutos después el mismo japonés acribilló a balazos el avión del alférez R.V. Umphrey en el sector próximo. Los dos americanos se salvaron, pero todo el mundo comprendió claramente que el “PBY “no podía rivalizar en manera alguna con ningún avión japonés.”
El caso Spruance. La 17° Flota estaba al mando del almirante Fletcher en el portaaviones Yorktown. La 16° Flota estaba al mando del almirante Raymond Spruance sustituyendo al almirante Halsey por enfermedad, tenía bajo su mando al Enterprise y al Hornet.
«Increíble victoria», pag.68:
“Para el teniente Richard Best, que mandaba la 6° escuadrilla de bombarderos del Enterprise, había una preocupación de índole personal. Tenía esposa y un hijo en Honolulu y pensó en ellos más de una vez mientras se hallaba en la cámara del almirante Spruance, escuchando unas instrucciones especiales sobre el plan japonés ( la inteligencia naval sabía que el ataque sería en Midway) La Armada, pensó, estaba arriesgando ciertamente mucho sobre la base de aquella clara y precisa información, pero ¿ y si era errónea ¿. Al fin, preguntó a Spruance qué sucedería si los japoneses pasaran de largo ante Midway y se iban derechos a Hawai. El almirante lo miró en silencio durante medio minuto. Al cabo, dijo:
-Esperemos que no lo hagan.
-Best no dijo nada mas – los almirantes eran en aquellos días seres muy próximos a Dios- , pero en su fuero interno sintió la impresión de que era una piadosa esperanza y una base bastante pobre para comprometer todas las fuerzas disponibles de la Armada de los EEUU.
Naturalmente, Spruance, tenía en realidad, muy buenas razones para la jugada que estaba haciendo; simplemente no quería decírselas. Lejos de fundarse en “piadosas esperanzas”, era un hombre en verdad apasionado por los hechos, que insistía en disponer hasta de la última migaja de prueba antes de tomar una decisión. Y lejos de omitir reflexionar sobre las cosas, nunca actuaba sin sopesar todas las consecuencias posibles.
Y tampoco significaba incertidumbre su largo silencio antes de contestar a Best; estaba, simplemente, considerando todos los factores antes de hablar, otra característica de Spruance. Por una parte, era un joven oficial que había formulado una pregunta legítima; por otra, era un piloto que podía caer en manos del enemigo. Estaba claro de qué lado se inclinaba por fin la balanza.
Dick Best no era el único que encontraba difícil comprender a aquel nuevo almirante (antes de este puesto había sido jefe de la escuadra de cruceros de Halsey) Les ocurría lo mismo a todos los oficiales. Halsey había sido muy expansivo; Spruance era más bien reservado. Halsey era muy accesible; Spruance prefería las vías jerárquicas, Halsey prestaba muy poca atención a los detalles; Spruance se pasaba horas enteras inclinado sobre los mapas, delineando el rumbo, Halsey les dejaba las cosas a su arbitrio; Spruance muy pocas. Halsey era inconcreto; Spruance preciso y metódico.
El café de la mañana simbolizaba, en cierto modo, el cambio operado. En los viejos tiempos, todos bebían el mismo al mismo tiempo. Pero Spruance – un auténtico y refinado conocedor- había llevado a bordo sus propios granos de café verde. Todas las mañanas se lo preparaba cuidadosamente él mismo, hacía exactamente dos tazas, y luego, preguntaba cortésmente si alguno de los oficiales quería tomarlo con él. Terminaron echándolo a suertes; el honor de su compañía quedaba atribuido al que perdía, pero no porque les desagradase Spruance, sino porque no podían soportar su café.
Sin embargo, había mucho más método en ese pequeño ritual de lo que a primera vista parecía. Spruance estaba tratando de instruirse. Carente por completo de experiencia respecto a los portaaviones, disponía sólo de una semana antes de enfrentarse al gran maestro que constituía la máxima autoridad en la materia: Isoroku Yamamoto. En su búsqueda de conocimientos, acudía a sus oficiales durante el café o en cualquier otro momento.
Gran andarín, los cogía uno a uno y paseaba con ellos por la cubierta de vuelo. Formulando preguntas, indagaba qué hacían, cómo lo hacían, de qué modo cada trabajo encajaba en el conjunto. Les hacía andar sin descanso, pero, con su gran capacidad para absorber los detalles, estaba aprendiendo todo el tiempo” (La relación Spruance-Miles Browning, su jefe de operaciones aéreas es tema de otro capítulo)
Las escuadras de Fletcher y Spruance se encontraron en un “Lucky Point” el 2 de junio de 1942 a determinada distancia de Midway. El Yorktown tenía a la 3° escuadrilla de cazas F4F, Grumman Wildcat, al mando de Tatch; pag.70: “Constituían una escuadrilla congregada al azar y nunca habían trabajado juntos; algunos de ellos no habían operado jamás desde un portaaviones…”
Mientras tanto en la isla de Midway se habían completado todas las defensas posibles contra el esperado desembarco japonés. Junto a los marines estaban los exploradores (raiders)de Carlson: “Increíble victoria” pag.73 : «Ningún grupo pareció nunca más dispuesto para el combate que los expedicionarios de Carlson. Eran visibles raras veces para el resto de los defensores, simplemente un grupo de hombres vislumbrados de vez en cuando entre los árboles. Los reservistas navales sentían hacia ellos un temor cauteloso. Sabían que podía costarle la vida a un hombre acercarse por allí después del anochecer sin conocer la contraseña. Los expedicionarios eran duros, y mejor aún, trabajaban con dureza. Habían indicado al principio que descargar buques era tarea indigna de ellos, pero una explosión de ira de coronel Shannon (jefe de las tropas en la isla)puso remedio a eso. No tardaron en batir marcas. Más en consonancia con sus gustos personales, se dedicaron también a la fabricación de minas antitanques. Con el asesoramiento de varios que habían combatido en la guerra civil española, su oficial de demoliciones, teniente Harold Throneson ideó una pequeña maravilla; todo lo que se necesitaba era un poco de dinamita, una batería y cuarenta libras de presión. La compañía C se lanzó a la tarea de producirlas en masa…mil quinientas en total.»
Ver los raiders de Carlson en «Como los EEUU pudieron ganar en la guerra» parte 5.
«…Pero la mejor esperanza de Midway continuaba radicando en sorprender primero a los japoneses. “Golpead antes de que nos golpeen” aconsejaban los teóricos del CINCPAC (Commander in Chief Pacific Fleet Headquarters, Pearl Harbor, Almirante Nimitz), así que los veintidós PBY continuaban sus vuelos diarios. Recorrían más de mil kilómetros y otros tantos al regreso: en total quince horas en el aire. Luego, una colación rápida, una reunión de los miembros de la escuadrilla, unas horas de sueño, y de nuevo volvía a comenzar todo.
La 44 escuadrilla de reconocimiento del comandante Bob Brixner estaba llegando a las ochenta horas en una semana; la 23 escuadrilla del comandante Massie Hughes hacía otro tanto. Los B17 del teniente coronel Sweeney volaron treinta horas en dos días, buscando señales de aquella cita del enemigo que parecía olerse el CINCPAC. Y, cuando terminaba el día de vuelo, tenían que atender a sus propios aviones, repostándolos a mano con los bidones de doscientos cincuenta litros. Estaban todos cansados – mortalmente cansados-, pero continuaban adelante.” (Los “flojos norteamericanos”, como decían los japoneses…)
Pag.75-76: “…El alférez Jack Reid pilotaba su PBY a través de un océano desierto…estaba ya a setecientas millas de Midway, próximo al punto que debía regresar a la base….Grupos ocasionales de nubes y una leve bruma suspendida sobre el Pacífico…faltaban unos segundos para las 9’25 y el alférez Reid era un hombre sin ningún problema en absoluto. De pronto…a treinta millas por delante podía divisar unos objetos oscuros a lo largo del horizonte….Debió de parecer como si fuera toda la Armada japonesa. Después de todos aquellos días de incertidumbre, era comprensible que los veintisiete buques del grupo de transporte (que se dirigía a atacar Midway) parecieran más formidables aún de lo que eran…Reid transmitió: “Grueso de la Armada”. “Amplie detalles”, respondió Midway y, durante las dos horas siguientes Reid jugó desesperadamente al escondite por entre las nubes, enviando nuevos retazos de información siempre que podía.» (Reid ride it. Cabría imaginarse la ciudad o el pueblo donde vivía Reid en EEUU en ese mismo momento: quietud, silencio, los quehaceres domésticos en su casa, su familia, todo el corazón de su vida. Ellos no podían saber donde estaba y qué hacia Jack-solitario- durante esas dos horas. Una avería mecánica, un caza Zero y sería el fin…)
Pag.77: “En Midway, el coronel Sweeney apenas si podía refrenar sus impulsos de salir con sus B17. El capitán Simard se sentía igualmente ansioso, pero antes había que aclarar algunas cosas. ¿Dónde estaban los portaaviones japoneses? Las órdenes de Nimitz eran, ante todo, atacar esos portaaviones. Hasta el momento no se había informado de la presencia de ninguno; el servicio de información decía que no llegarían hasta el día siguiente…procedentes del Noroeste. ¿Debían reservar los B17 hasta que aparecieran? Eso sería jugar sobre seguro. Por otra parte Reid había descrito aquello como el “grueso de la Armada”. Ello podría muy bien significar que había también portaaviones. Si existía aunque no fuera más que una ínfima probabilidad, Midway no debía esperar. “Golpead antes de que nos golpee”, seguían siendo la regla suprema. Pero aún cuando saliesen los B17, ¿adónde irían? Estaban llegando ya informes de la presencia del enemigo procedentes de tres PBY distintos y situándola en cuatro puntos diversos hacia el Sudoeste. Se trataba de informaciones fragmentarias y no resultaba fácil contar barcos mientras se estaban recibiendo cañonazos. ¿Era realmente la flota avistada por Reid la que constituía el núcleo central? Valía la pena esperar un poco. El informe de Reid de la once de la mañana decidió la cuestión…ahora tenía por lo menos once buques…no había ninguna noticias sobre portaaviones…Sweeney podía salir, regresar y estar de nuevo preparado para el otro día, cuando debían llegar. A las 12.30 estaban ya en marcha…nueve B17 bajo el mando de Sweeney avanzaron hacia el Oeste…llevaban sólo la mitad de la carga –cuatro bombas de doscientos setenta kilos cada una- pues la distancia era tan grande que necesitaban disponer de tanques de gasolina en la carlinga de bombas si habían de realizar el viaje de regreso.
Más de novecientos cincuenta kilómetros era un largo camino para dejar caer menos de once toneladas de bombas sobre un objetivo huidizo, pero era el primer ataque que llevaban a cabo aquellos jóvenes. Para todos ellos era una experiencia nueva y tremendamente excitante. Sweeney había estado en West Point…pero los hombres que lo rodeaban eran típicos ejemplares de los adaptables aficionados que, de un modo u otro, encuentra América para combatir en sus guerras. Su copiloto, Everett Wessman, era chófer de camión; su navegante, Bill Adams, vendedor de maderas.»
Sweeney y sus hombres efectuaron el primer ataque norteamericano a un grupo de barcos de transporte del cual salieron casi indemnes, uno de ellos llevaba el evocativo nombre de “Argentina Maru”. Las tripulaciones tenían sus apreciaciones:
“Increíble victoria”, pag. 79: “Los ex vendedores y conductores de camiones que tripulaban los B-17 se hallaban también muy animados. Para un hombre titulado en temas bancarios por la Universidad de Illinois, como el capitán Paul Payne, del bombardero “Yankee Doodle”, un buque de transporte a tres mil metros de distancia podía parecer casi cualquier cosa; marcó su objetivo como “tocado e incendiado”.
Tomando como comparación el buque mayor del mundo, el teniente Robert Andrews dijo que había bombardeado un transporte del “tipo del Normandie”. Otros pilotos creyeron haber atacado acorazados y ver ardiendo e inmóviles a dos buques. Pero, pag.80: “…por contraste, el viaje de regreso pareció más horrible que bombardear s los japoneses. No tardó en caer la noche y nadie estaba acostumbrado a volar en formación en la oscuridad. Hubo varios momentos en que algunos estuvieron a punto de chocar. Era difícil también, para un piloto del Ejército, encontrar una pequeña mota como Midway en medio del océano Pacífico…pero acertaron a encontrar su camino”.
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