Seguimos lo escrito por Pertinax en su “La derrota militar de Francia. Gamelin, Daladier, Reynaud”, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1943, traducción de Roberto Bence:   página 279:

 “El 16 de mayo (1940), en la Cámara de Diputados, en el discurso donde explica el desastre de Sedan, Paul Reynaud  declara: “Podemos ser llevados a tomar medidas que, ayer, hubieran parecido revolucionarias. Tendremos quizás que cambiar los métodos y los hombres”

El generalísimo (Gamelin) pero también el secretario general de Negocios Extranjeros. Este es sacrificado antes que Gamelin, expuesto, frente a la opinión pública, al más odioso equívoco. A falta de equidad y sentido humano, la razón de Estado, débilmente percibida, debía prescribir al ministro a preparar la autoridad moral del hombre que él destinaba a la embajada más importante del momento: la de Washington.

 Supimos más tarde que, dos días antes, a las primeras alarmas, Baudoin había discurrido sobre el vuelco de las alianzas, retomando su tesis favorita del acuerdo con Alemania e Italia, temporariamente velada durante la guerra (fue entonces que pronunció la frase: “Nos hemos equivocado de aliados”). Convocado ya al ministerio de Negocios Extranjeros, declaró que con fines útiles, debía designarse un secretario general menos sólidamente anclado en la tradición de la alianza inglesa. Mme. de Portes abundó rápidamente en el proyecto: “El pellejo de Léger, le oíamos exclamar, está a la derecha, ganado por sesenta y dos votos”

 Página  280:   “La intriga de los dos personajes estaba además en camino desde hacía tiempo. Por el 15 de abril (1940) George Mandel había dirigido a Reynaud advertencias preventivas: “Usted  no puede sacrificar al secretario general sin herir toda la política suya”. .. Reynaud estaba atormentado e inestable. Antes de transferir a Daladier de la Defensa Nacional a los Negocios Extranjeros, había tenido la veleidad de atribuirlos al mariscal Pétain o a Chautemps, reservándose de volver con una de los dos, si el jefe civil de las fuerzas combatientes  (Daladier) rehusaba el cambio. Y, refiriéndose a Pétain, se había oído de él este secreto: “Desgraciadamente, con éste, Léger sería dueño del Quai d ´Orsay!”.  No ignoraba la visita hecha por el mariscal al embajador, en abril, y la larga conversación frente a frente que había seguido y en que se había inquietado el círculo del ministro sobre todo después que el mariscal, venciendo sus prevenciones, había expandido en París las palabras elogiosas a cuenta del secretario general (4): titubeando entre la embajada de Madrid y el comité de guerra, el mariscal había visitado a M.Léger antes de ir al Elíseo.(Residencia oficial del Presidente de la República) 

http://www.jacqueschirac-asso.fr/archives-elysee.fr/elysee/root/bank/le_patrimoine/travgd.jpg Palacio del Elíseo

 El sábado 18 de mayo (la ofensiva alemana se desató el 10 de mayo), a la siete de la noche, Paul Reynaud, el mariscal Pétain y Daladier (que, a medianoche, abandonará el ministerio de Guerra por el de Negocios Extranjeros) vuelven de la Ferté-sous-Jouarre donde conferenciaron con el general Georges  (siendo este su puesto de mando como jefe del sector Noroeste del frente). Antes de las ocho Daladier pide por teléfono a Léger que vaya a conversar con él, en la calle St.Dominique. Este (Léger) tiene hábito de los ministros que se instalan y reclaman una exposición preliminar de los asuntos pendientes. Encuentra a su futuro jefe tan amistoso y confidente como antes, pero con la cabeza llena de propósitos casi desesperados, escuchados en el gran cuartel general, se inclina solamente a explayar su tristeza y su pesimismo. Daladier, no habla más que del giro funesto que toma la batalla. Al punto en que han llegado las cosas, más que en el esfuerzo militar él cree en el esfuerzo diplomático. Se pregunta si hizo bien al permanecer en el gabinete. “Yo no podía hacer otra cosa, pero no permaneceré mucho tiempo en su casa”. Y en seguida, al tono de una nota incidental: “¡Usted sabe, Reynaud desearía enviarlo a los Estados Unidos!”

da.wikipedia.org Gallica Digital Library General Maurice Gamelin

 Página 281: “Léger contesta de plano que la oferta de la embajada de Washington, si ella no había sido nunca hecha por Reynaud, no sería más que ficticia. No tendría más que un fin: despojarlo de sus funciones. “No me prestaré jamás a tal hipocresía. No me iré desacreditado. Si yo desmereciera, me pongo a disponibilidad. Si respondo a mi función, no es en plena lucha y no en esta hora en que él reina, para alejarme. En todo caso: nada de compensación ¡tengo derecho al beneficio integral de la injusticia!”

“No esperaba de usted otro lenguaje” le dice Daladier que se emociona, “pero no estamos todavía allí. Tendré tiempo de prevenirlo, volveré a conversar con Reynaud. A la espera, no se mueva, no haga de mis palabras el Estado, no tome nada en cuenta. Supongamos que no he dicho nada”  La entrevista terminó, después de un cambio de impresiones sobre el panorama europeo. El secretario general no se extraña mas allá de la vaga amenaza de la que el ministro lo ha hecho parte. Está preparado para ese género de sacudidas. Los habitantes de las comarcas donde el suelo tiembla continuamente, no son más imperturbables. Vuelve a su trabajo.

 Pasa la noche en su escritorio del Quai  d ´Orsay en una cama de campo, a lo que está acostumbrado desde hace algún tiempo. Apenas se despierta, entran sus principales colaboradores. Están visiblemente perturbados: “¿Qué hay?”  “¿St.Quentin se ha perdido?”  Conserven su sangre  fría, son flujos y reflujos del combate”.  Y los otros le dan cuenta de un decreto, aparecido la misma mañana en el Diario Oficial:

 “M. Charles-Roux, embajador (en el) Vaticano, es nombrado secretario general del Ministerio de Negocios Extranjeros en el reemplazo de M.Alexis Léger, llamado a otras funciones”

¡Ah!  ¿Y después? …¿Olvidan la amplitud de los acontecimientos?  Y el embajador regula su día de trabajo, reservándose pedir ulteriormente una explicación al presidente del Consejo.

 La entrevista tiene lugar antes de terminar la mañana. Reynaud se abalanza hacia su viejo amigo: “Tenía prisa de de anunciarle yo mismo la buena noticia. He decidido confiarle nuestra embajada en América. Sólo los Estados Unidos pueden salvarnos con una rápida declaración de guerra. (Pag, 282) Necesitamos ese milagro antes que termine la batalla de Flandes y ninguno más que Ud.es capaz de persuadirles”

 Léger contesta: “Si  Ud. toma verdaderamente en serio tal proyecto, ¿por qué haberme tornado imposible la ejecución?”…

“¿Cómo?”

 “Para una empresa tan excepcional, necesitaría todo mi crédito y usted lo ha comprometido. Suponiendo que su intención fue de utilizarme en América ( y usted sabe que, en un momento dado, el deber es servir en el puesto donde uno puede ser más útil), se imponía un procedimiento muy diferente:  1) consultarme sobre la mejor preparación de la misión;  2)después de convencerse que yo era el más apto para cumplirla, lo que no creo, abrir una deliberación en consejo de ministros como lo exige legalmente mi doble calidad de embajador y de secretario general;  3) pedir el consentimiento a Washington;   4)  obtenido el consentimiento, hacer firmar en consejo de ministros, el decreto del nombramiento y esperar que él hubiera sido publicado, para designar mi sucesor. Siguiendo el orden inverso, es decir, comenzando por reemplazarme en la secretaría general, usted  me ha prácticamente destituido. Tal es el hecho brutal. El público no se ha equivocado. Desde esta mañana, la peor interpretación del cambio, hubiera sido telegrafiada a las diversas cancillerías, comprendida la americana. ¿Es eso darme la autoridad máxima que exige de golpe una  negociación que, usted lo ha dicho, tiene visos milagrosos?”

 Reynaud, desconcertado, admite que el asunto ha sido mal conducido y lo deplora. “Pero, agrega, es posible salvar todo con una buena presentación de prensa y con un arreglo diplomático excepcional en que yo ya he hecho mi trabajo”

 Léger sostiene que no podemos enmascarar la realidad.

  Reynaud: “Por mi honor, hasta las  7 de anoche, nunca he pasado por un instante en que yo pudiera prescindir de su asistencia aquí. Pero, volviendo del cuartel de Georges, con la desesperación en el alma, no he visto salvación sino en los recursos instantáneos de los Estados Unidos, y puse mis esperanza en usted para tentarlo. Hay que ir derecho a Roosevelt, demostrarle que América no puede dejar agotarse así el combate de los Horacios y los Curiaceos. Usted solo es capaz de provocar los sucesos. Las suertes son mínimas, lo sé, pero hay una entre cien, ella vale ser corrida y por usted”

 (Pagina 283) “Rechazando las alabanzas que prodiga ahora el ministro, el embajador se contenta con responder  que, aun sin esperanza, no se librará de la ingrata aventura. Hasta debía él sentirse el más indicado y, una vez más, no es el caso. Su crédito no está intacto y no podrá serle integralmente restituido. Para más, no tiene una posición particular en Washington. Es cara desconocida. Apreciar, en representación del gobierno, las promesas de éxito de cualquier misión diplomática: es su trabajo. En el caso, es obligado a recusarse. El momento es muy grave para que se jueguen las conveniencias de unos y las intrigas de otros. ¿El gobierno no tiene la intención de ensayar algo nuevo en Washington? Y bien, que se dirija a una personalidad política, altamente representativa de la vida nacional, que, del otro lado del Atlántico, sea considerada como familiar, al presidente Herriot, por ejemplo.

 Reynaud: “No, ningún hombre político. El gobierno elegirá un diplomático de carrera”

  Léger: “Entonces, tome un diplomático cuyo crédito esté intacto, Robert Coulondre, que lleva todavía, al extranjero, la aureola del Libro Amarillo, o Charle Roux al que usted da mi lugar”

 El ministro contesta con una apreciación peor sobre el primero y reticente sobre el segundo. Excedido en esa comedia, el embajador confirma su rechazo y después de haber hablado al ministro, habla ahora al hombre.

 “Es nuestra última conversación en privado. Hemos tenido la franqueza de la amistad. Sería más digno de usted, quizás, confesar las razones de su acto. Yo sé en qué embarazo puede estar, en política, un colaborador sobre el cual, después de diez años, se ha acumulado la crítica, siempre librada sin defensa, en la degradación de costumbres y usos gubernamentales, a los asaltos de parlamentarios, a los desprecios de la opinión.

Léger: “¿He dado en la tecla?”

  Reynaud: “No, no he tenido jamás que defenderle y usted sabe que no hubiera errado

 “Entonces, en el orden político, para lo que es la concepción o ejecución, ¿tiene usted agravios contra mí?”

 “Nunca”

 “¿Y en el orden administrativo?”

 “Mi confianza fue siempre  entera. Ayer todavía, cuando preparaba el envío de un mensaje a Roosevelt, me bastó saber que usted lo juzgaba inoportuno: sin siquiera consultarlo a usted, lo abandoné”

 “¿Y esa campaña de su círculo íntimo, esa campaña que he querido ignorar siempre?”

“Yo sé, yo sé lo que usted quiere decir. No se equivoca. Pero hágame el honor de pensar que, de ninguna manera, he sido tocado”

 Página 284: “A pesar de todo, Reynaud maniobra a su gusto con la verdad. La víspera aun, durante toda la noche, en su propio gabinete, soportó los reproches de Helena de Portes y sus amigos. Entonces le fue arrancado, antes de medianoche, es decir antes de la expiración de su poder de ministro de Negocios Extranjeros, el decreto ilegal por el que, fuera de toda deliberación y decisión gubernamental, la secretaría general cambiaba de titular. Por otra parte, contrariamente a su cuadro de hechos, telefoneó a Charles Roux, desde el 17, es decir la víspera del viaje a la Ferté-sous-Jouarre, para hacerle aceptar su ofrecimiento. Este llega a París el 21, el 22 Léger se despide de Daladier que, Ministro de Negocios Extranjeros, no debió jamás aceptar, en la inercia, el hecho consumado, el despido de su principal consejero. Daladier ve subir la cólera de la nación. No tiene ni siquiera la fuerza de hacer frente, de ostentar una firmeza que no posee. Al que lo asistió tanto tiempo y que, olvidadizo de su suerte, se esfuerza, una última vez, en levantarlo, en exhortarlo a la acción, le expresa su profunda lasitud, su duda de sí mismo, su desaliento: “Hay en mí, alguna cosa rota. Lo seguiré en pocos días”

 “La desgracia de Alexis Léger marca quizás el giro fatal en la evolución política de Francia en guerra. Si hubiera estado en su puesto, diez días más tarde, Weygand habría encontrado a quien hablar cuando osó opinar sobre el armisticio separado aun antes de comenzada la batalla del  Somme. Si pensamos en las vacilaciones ministeriales de Tours y de Bordeaux, en el pequeño número de votos que, en el gabinete, hizo pesar la balanza hacia la rendición, el despido de ese funcionario marca, retrospectivamente, una bifurcación fatal”

 “Su sucesor, François Charles Roux,  diplomático clásico, irreprochable, excelente colaborador de M. Camille Barrére en el Quirinal, era perseguido después de 1917 por el resentimiento de Caillaux que, a justo título, había denunciado los ardides de Italia. En consecuencia, se carrera se había estrangulado en empleos secundarios. Después de 1914, no tuvo contacto con el mundo anglosajón y no tenía una imagen más que somera (3) Parece haber aprobado las llamadas de Reynaud a Mr. Roosevelt. “Los Estados Unidos no han, en realidad, empujado a la guerra. Tenemos derecho de ponerlos en vereda” Tal es el sentido, si no los términos, de una frase que el pronunció. De temperamento conservador, con gusto a jerarquías imponentes y valores juzgados, no habiendo vivido en París en los años 1935 al 40, no estaba en las mismas condiciones para desenredar los intentos de la facción. Yo intenté informarlo sobre Baudoin: tuvo el gesto del hombre que prefiere ignorar. Se aproximaba a la edad de la retirada: ciertas ambiciones se felicitaban, ellas no lo habían indicado al azar. En cuanto al plan diplomático, las fluctuaciones del presidente del Consejo no serán más ni despertadas ni contenidas”

 Página 285: “Está bien claro. El equipo de Reynaud, después de abril, se divide cada vez más en dos grupos de hombres irreconciliables, por sus tendencias y por sus ideas. Unos, conformes con la alianza más íntima con Inglaterra, de la guerra conducida por un corazón inconmovible, aun en la más terrible adversidad. Los otros, convencidos, en  grados diversos, que “Francia equivocó los aliados” e inclinados a servirse del desastre militar para trastornar la política. Los consejeros íntimos acaban de ser pasados en revista. Decapitado el Quai d ´Orsay, ellos crecen en influencia. En las recomposiciones sucesivas del gabinete –el 10 de mayo, el 18 de mayo (1940)– se  puso de manifiesto el dualismo. Estalla en la reconstrucción del 5 de junio. El acontecimiento tendrá grandes consecuencias. Once días más y el ministerio de dos caras decidirá la suerte de Francia con la mayoría de votos”

Algunos ejemplos de la poesía de A.Léger:

nueva anabasis 10001

neuva anabasis 20001