“Mi cuadro”       por Jorge Edgardo López

 “Yo atesoro una obra de Lovis Corinth.  “Pintada después del primer ataque de apoplejía”, como decía el cartel al lado de una de  sus obras  secuestradas para la exposición “Arte Degenerado” de los nazis en 1936, Munich.

Sólo Lovis, un amigo común y yo supimos de esta pintura. No diré de qué motivo se trata. Si los nazis le hicieron la justicia que sabemos, no muy atrás quedó el mundo occidental en preservarnos de esa justicia…

Lovis murió, nuestro común amigo (presente en todas las sesiones que Lovis pintaba) murió en Oranienburg (1) en 1934. Inmediatamente después de la última pincelada, como sorpresa, Lovis me lo regaló: “haga usted de él lo que quiera “.

 No la quise sacar a luz después de la guerra ni aun pienso hacerlo en estos días en que un muro de piedra que cumple 23 años de existencia está separando mi amado Berlín para siempre. Este tesoro de la República de Weimar, de mi amada Weimar natal y de juventud no quiero que lo mire nadie nunca. Mi único heredero, mi sobrino Günter, ya tiene estrictas instrucciones.

Si mi amigo hubiera sobrevivido a Oranienburg posiblemente  yo no estaría escribiendo esto, quizás entre ambos y en igual plano de igualdad o quizás por decisión exclusivamente suya se sabría que hacer con la obra.  Pero estoy yo sola. Soy una sobreviviente de Weimar, no me ruboriza decir que conservo, realimento y propago las virtudes que hicieron de aquella democracia un faro de luz.

Una vez entré como invitada al estudio de Walter Gropius y los diseños que vi, cuando se estaba gestando su escuela, hubieran dejado mudo al más grande escritor de ficción de aquella época. Tuve la ocasión de estrechar la mano de Thomas Mann en una reunión literaria en Munich. Yo vi en él, en su figura, a mi parecer, todavía rastros de un Tonio Kröger. (2)

  Pero mi Corinth no saldrá a la luz. Nadie sabe de su existencia. En todos los catálogos se puede verificar su ausencia. Yo estoy al tanto, compro las guías y catálogos  de arte, voy aun hoy y cuando mi enfermedad no lo impide, a galerías y exposiciones. Entre todas esas personas, entre los niños y adolescentes de pelo largo y ropas chillonas, yo conservo fiel y cuidadosa mi secreto.  Ni siquiera saben que fui amiga de Lovis, desde 1933 no lo supo nadie más.

Es hora de descansar. Casi todas las noches, antes bien a la hora del crepúsculo, lo descubro con las ventanas cerradas y me pongo a contemplarlo. Jamás lo he vuelto a ver de día: la luz del sol, la animación propia del día imagino que lo destruirían en un instante. Es demasiado delicado. (¿No fue pintado, acaso, entre ataques de apoplejía ¿).  Lo siento así porque –además- fui madre. Perdí a mi hijo a los dos meses de vida.

  Recibo tentaciones. Hace unos días me escribió mi amiga Ursula que emigró a la Argentina en 1938.  Dice  que fue a una exposición de arte crítico de la República de Weimar en el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad  de Buenos Aires y vio pinturas y dibujos de George Grosz, Kätte Köllwitz, Otto Dix y otros. Al leer su carta imaginé enviar el cuadro por alguna vía, que apareciera en la exposición, que hubiera revuelo, indagaciones acerca de su autenticidad, etc., etc…  Yo certificaría mucho después su valor, aunque él no necesita de eso, los expertos darían su constatación. Que mi cuadro apareciera en un lejano país, agreste, generoso, sencillo y culto y que así, desde allí, tan lejos, se vuelva a pensar en lo que fue la pintura, su época y todos nosotros…

Mi sobrino Günter –no obstante- ya sabe qué hacer, tiene expresas instrucciones… “          

(1): Campo de concentración en Alemania.

(2)Cuento de Thomas Mann.

Copyright: Jorge Edgardo López.

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